Dado que es imposible que la totalidad del pueblo ejerza directamente el poder político, es necesario encomendar su ejercicio a determinadas personas, quienes obran entonces en representación y como órganos de la comunidad. No se trata de una representación de personas individuales, ni de grupos o clases sociales, ni de intereses particulares, sino de una representación orgánica, dado que ese todo moral que es el Estado, actúa, expresa su razón y su voluntad, colectivas, a través de los titulares concretos del poder político, que se convierten así en órganos del Estado. Por ello, toda democracia es en consecuencia representativa.
De ahí el origen de los partidos políticos, que nacen de la necesidad de agrupar y hacer partícipes a los ciudadanos que comulgan con sus ideas, programas de acción y corrientes filosóficas. Dando como consecuencia, la pluralidad y diversidad de opciones que tiene la persona para elegir algún partido que comparta y comulgue con sus intereses y en consecuencia decidir si participa activamente en sus actividades partidistas.
Un punto importante, es que los partidos políticos compiten sin violencia por el voto para ocupar los distintos cargos de elección popular en los diferentes niveles de gobierno, ya sea federal, estatal y municipal.
La democracia moderna no es la asamblea, donde el pueblo participa directamente, sino las cámaras de diputados y senadores, además del Ejecutivo, donde llegan personas elegidas de acuerdo con las postulaciones que hicieron previamente los partidos políticos.
La peculiaridad de la representación política es que la totalidad de los individuos son representados por los diputados, o por los funcionarios públicos designados por sufragio, en su calidad de ciudadanos, es decir, como sujetos de derechos políticos, como miembros de una nación, sin importar su oficio o profesión, religión, raza o pertenencia a alguna asociación civil.
De allí que el método más practicable sea el del principio de mayoría simple. Pero ese principio debe ir acompañado del respeto por las minorías y el reconocimiento del derecho que éstas tienen —si los electores lo deciden— de transformarse en mayoría. Esta dinámica de mayoría y minorías está íntimamente relacionada con la existencia de los partidos políticos.
Un rasgo fundamental de la democracia es que hay una tendencia a que los ciudadanos se organicen en partidos.
Por vía de los partidos, y de sus diferentes perspectivas acerca de la vida pública de un país, se produce el diálogo y la negociación como la manera primordial de hacer política para llegar a una solución y a un entendimiento. La democracia es, por definición, un procedimiento pacifico para resolver las controversias. La mejor manera de lograr que la democracia fructifique es la de acercar, cada vez más, a la representatividad de las corrientes políticas que operan en una sociedad, para que se reduzcan al mínimo las fricciones. De esta manera, la paz social estará fincada sobre bases más sólidas.
La democracia no es un fin en sí misma; sino que es un medio para generar mejores condiciones de vida para las comunidades. Hoy en día, se habla de crisis de la democracia; los ciudadanos a veces se preguntan sobre su efectividad y la cuestionan, por ello, debemos analizar los retos que afrontan los sistemas democráticos y tratar de dar respuesta a cada uno.
El primer reto que afrontan los sistemas democráticos, es la realidad de las sociedades contrastantes en los ámbitos económico y educativo.
Una sociedad empobrecida, poco preparada y carente de valores éticos, suele ser un blanco fácil para la corrupción.
Una posible solución ante esta situación, es que la sociedad en general, partidos políticos y gobierno hagan frente común en el mejoramiento del sistema educativo, a través de un modelo pedagógico donde se impregne de valores cívicos, generando una educación de calidad para disminuir las desigualdades.
Otro reto que afronta la democracia es de índole operativa, ya que se le considera lenta e incierta puesto que por su misma naturaleza deliberativa tarda demasiado en definir acuerdos, y muchos de ellos corresponden a intereses de grupo. De ahí que la democracia haya sido calificada despectivamente como una «oligarquía de demagogos». Para ello, en un sistema democrático de partidos como el nuestro, debemos mejorar la calidad de nuestros militantes y candidatos, enfocándonos en su preparación profesional, ética y moral. Solo así, promoviendo y postulando a nuestros mejores hombres y mujeres, se pueden ir generando los cambios que necesita nuestro país, pues su intención dejará de lado el interés económico y será siempre el beneficio social y no el beneficio personal.
“El Camino Así Es”